EL LIBRO DE SILVIA
CAPITULO 4
Y volviendo al tema de la escuela, era terrible en mis estudios, abusándome de mi cabeza y poniendo los pelos de punta a mis profesores.
Recuerdo que una vez cuando estaba en segundo grado, en la escuela hebrea, no tenía ganas de escribir lo que estaba en el pizarrón y decidí garabatear en mi cuaderno, sin molestar a nadie y en absoluto silencio.
Pero hete aquí que nunca falta algún alcahuete que le cuente todo a la maestra sin que tuviera nada que ver. Era el chico que estaba sentado al lado mío y vio que yo no escribía.
No sé por qué le tenía que molestar que yo no copiara en mi cuaderno, es problema mío, no de él!!!
Y con la pedagogía de ese entonces, me mandaron a la dirección con otra chica que me acompañó. No pasó absolutamente nada ni tampoco me asusté en el momento, sólo sé que siempre fui un poco rebelde, algo que se perfilaba ya a los siete años.
Luego el director de la escuela, por otro problema que hubo con el mismo chico que me delató, dijo que todos le debían pegar una «manteada» en el recreo por algo que había hecho mal.
Yo por supuesto me abstuve, nunca estuve de acuerdo con esos métodos. Ni tampoco tuve la menor intención de vengarme por lo que me hizo particularmente a mí.
Cuando tenía ocho años y estaba en tercero, ya en otro colegio integral, se reían de mí si tenía pollera y se me veía la bombacha, entonces yo antes de que me dijeran nada, les decía hoy es de este color como mostrándoles que me importaba muy poco qué me veían o no me veían. Yo estaba por encima de todas esas tonterías.
Por otro lado comía cosas no comestibles como plastilina, tiza, goma de pegar, papel, cartón, etc, sólo para llamar la atenciòn y ser un poco distinta, como mostrando que nada me asustaba.
Ese mismo año, tuve un accidente menor. El micro con el que viajaba al colegio chocó con un colectivo, y yo fui la más grave de todas. Se me hizo un tajo bastante profundo con el vidrio de la ventana y hubo que darme tres puntos arriba del ojo, en la ceja.
En el momento del accidente estaba muy asustada porque veía mucha sangre en mi párpado y me daba la sensacióòn que se agujereó el pàrpado.
Cuando fui a la clínica con mi papá para que me cosieran, me dieron un líquido para tomar aparentemente para tranquilzarme y se lo escupí a la enfemera que me lo dio.
Volvamos a la escuela…
No estaba integrada totalmente al grupo de chicos pero de todos modos me invitaban a los cumpleaños, bailábamos y jugábamos los juegos típicos de la edad.
Tenía algunas pocas amigas. Era buena alumna, pero siempre fui muy desprolija y desordenada.
Eso no le gustaba a mis maestros quienes querían que aprendiera un poco de organización en mi vida, pero no lo pudieron lograr hasta el presente.
Hasta el día de hoy soy totalmente desordenada y desprolija, pero en mi desorden yo encuentro lo que necesito y me entiendo.
En séptimo grado pasé a otra escuela estatal por las mañanas, y me integré bastante bien a mis nuevas compañeras.
Allí comencé mis expermimentos con la hipnosis.
Recuerdo que en matemática empezaban a enseñarnos la teoría de conjuntos de la matemática moderna, que yo ya la había visto en tercer grado, en mi otro colegio particular.
También recuerdo que había una biblioteca para retirar libros y yo en lugar de buscar libros para mi edad, llevé el libro de la maestra que le decía cómo enseñar las materias en séptimo grado. Quizás ya se perfilaba mi vocación docente que poseo hasta la actualidad.
Ya en la escuela secundaria, me llevé las materias que nadie se llevaba a diciembre y marzo, dibujo y educación física.
Dibujo porque exigía que trabajara en mi casa para terminar los trabajos y yo no quería hacer nada en mi casa después de la escuela.
Una vez, había que presentar en Dibujo un trabajo y yo no lo había terminado. Hice creer a la profesora que yo estaba ausente, me anoté en el pizarrón junto con las ausentes y cuando me llamaron todas dijeron que yo no estaba.
Mandó a llamar a la preceptora, porque cuando contaba a las alumnas, sobraba una, que era yo, y asì se descubrió que me hice pasar por ausente, sólo para no presentar mi trabajo.
Y educación física, sencillamente porque nunca me gustó la gimnasia ni el deporte, siempre pensé que era agitarse y cansarse inútilmente.
Yo prefiero comer de todo, sentarme siempre que pueda, descansar, acostarme, etc.
También me gusta caminar, pero no correr.
En materias como Lengua y Matemática era muy buena.
Siempre que se tratara de pensar y usar la cabeza no era problema para mí.
Si se trataba de trabajar un poco, ya sea haciendo deberes o moviendo el cuerpo, lo consideraba un sacrificio que merecía una reflexión profunda.
Por las tardes, además yo iba a otro colegio hebreo y los sábados estudiaba música.
En algún momento se inició en mi escuela secundaria, un curso de natación para los que preferían en lugar de gimnasia y me inscribí con mucha alegría porque nadar siempre me gustó.
Música sabía porque estudiaba particularmente los fines de semana.
Más adelante, en segundo año, me llevé materias como historia y geografía.
La geografía me resultò siempre muy aburrida, la historia no, pero mi profesora quería que completara carpetas, cuestionarios, mapas, y eso por supuesto no era para mí.
Cuando llegó el momento del examen, y tenía que dar las dos materias el mismo día, la profesora de geografía se tuvo que ir de urgencia porque tenía uno de sus hijos con fiebre.
El examen me lo tomó la vicediretora de la escuela, y yo estaba frente al mapa, me preguntaba dónde está este país o alguna costa y yo sencillamente lo leía en el mapa y le respondía y así muy fàcilmente aprobé la materia sin saber nada. Los mapas para presentar la carpeta de geografía me los hizo una compañera, a quien le agradezco hasta el día de hoy, aunque no sé si ella se acuerda.
En historia fue más divertido el examen. Ya habían aplazado a cinco chicas antes que yo.
Me tocaba el turno y mi profesora mira mi carpeta, que era el «quid» de la cuestión, y me pregunta si con esa carpeta tan chica pienso dar el examen, y yo muy desafiante le conetestè:
«Prefiero estudiar antes que hacer carpetas».
Si bien ella era la presidenta de mesa de examen había otras dos profesoras con ella de testigos, asì que no podía reprobarme porque sí. Y le demostré que yo sabía muy bien la materia aunque no me esmeré especialmente en hacer una carpeta.
A propósito, la carpeta la hice recortando los mapas de una amiga mía de su carpeta y copiando los resúmenes que venían en el libro de texto al final de cada capítulo.
Esa misma profesora era bastante moderna en su forma de enseñar, y nos daba exámenes de libro abierto y además nos enseñaba grafología, ya que estaba aprendiendo esta nueva técnica para estudiar el carácter del ser humano y le resultaba interesante, por lo que nos lo enseñaba a nosotras y hasta muchos años después recordé lo que nos enseñó.
El tercer año de secundaria, a los quince años, fue un año muy duro para mí.
Al principio del año, habíamos salido con toda la familia de vacaciones a México y visitamos también Panamá y Colombia.
Mi mamá tenía hermanos en Mèxico y primos en Panamá. Lo disfrutamos mucho, pero cuando volvimos empezaron algunos problemas económicos en mi casa y ya no me podían seguir mandando a estudiar al colegio de la tarde, tampoco me podían seguir pagando mis clases de piano y guitarra, y además tuve que empezar a trabajar.
No contribuía con mi pequeño sueldo en los gastos de mi casa pero me servía para hacerme cargo de mis pocas necesidades.
Bajé muchísimo el nivel de estudios en la escuela, y me llevé casi todas las materias.
Por otro lado mi abuela paterna, que era la única abuela con vida, se enfermó y murió después de sufrir un tiempo en el hospital.
Por esos tiempos también desapareció un primo mío en la época del gobierno militar en la Argentina.
En esa época estaba todo prohibido y si alguna chica en la escuela, tenía que salir en medio de la clase para ir al baño, yo era responsable por ella y tenía que acompañarla, ya que para la preceptora yo era alguien confiable para esa función.
También reemplazaba a la celadora si faltaba y tomaba la lista de las alumnas presentes para presentar ante la jefa de preceptoras. Si alguna profesora faltaba, yo pedía permiso para que todas podamos salir más temprano.
Las exigencias de la escuela eran ir con delantal blanco, con cuello blanco, y si no teníamos el cuello blanco debíamos colocarnos unos cuellitos especiales o cerrar el delantal con un botón
prolijamente. Además estaba prohibido el uso de pantalones.
Recuerdo que tuve algunos llamados de atención por no tener cosidos los botones como corresponde y por usar pantalones cortos debajo del delantal en lugar de pollera.
En una oportunidad festejábamos el cumpleaños de una chica del aula y nos pasábamos un zapato entre todas, hasta que se rompió un vidrio de la ventana.
Todas las que participaron tuvieron un castigo de varias amonestaciones, y aunque yo en realidad no había participado, me hice acusar como una más del grupo y ligué así mis únicas amonestaciones en todos mis años de escuela.