EL LIBRO DE SILVIA – CAPITULO 6

EL LIBRO DE SILVIA

CAPITULO 6

De nuestra experiencia en Israel, tengo mucho para contar.

Hasta el día de hoy, después de más de 9 años, me siento una extranjera total.

Pero por lo menos sé con qué reglas me manejo.

Al principio fue todo muy duro. El primer año, apenas uno está aterrizando y el segundo recién empieza a darse cuenta de qué se trata.

Insertarse en el mercado laboral es sumamente difícil. En general existe una situación internacional donde cuesta conseguir trabajo, por supuesto en el caso de extranjeros que no dominan la lengua y las costumbres de la sociedad se hace mucho peor.

Los trabajos que existen son aquellos que uno no está dispuesto a hacer. Por lo menos yo, no.

Limpiar, cuidar chicos o viejos, trabajos de muchísimas horas y esfuerzo en fábricas.

Los trabajos que son con menos esfuerzo físico, requieren menos horas de trabajo, y por lo tanto casi medio sueldo.

Al principio trabajé dando clases de matemática y otras materias, ayudando a los chicos con sus deberes, a veces enseñaba hebreo a algún argentino, trabajé en proyectos de apoyo a inmigrantes sudamericanos ayudando con los deberes en matemática e inglés.

Pero todo ese tipo de trabajo es temporal, y en concreto nunca tenía un sueldo.

Por otra parte, como trabajaba para todos recién llegados como nosotros, cobraba muy poco la hora como profesora particular, trabajaba mucho y no me rendía nada.

En un momento en que no teníamos ingresos y yo necesitaba trabajar con urgencia, tuve que aceptar trabajar como asistente de gente mayor, para una empresa. Iba algunas horas a distintos lados. En el mes no sumaba gran cosa, pero era lo único que pude conseguir.

Ese trabajo me resultó muy deprimente. Yo sentía que entraba en la casa de gente que se estaba acercando a la muerte y me bajaba mis energías. Necesitaba estar con gente joven que me diera fuerzas, no con gente que me las quitara.

Fue terriblemente duro para mí, trabajé poco más de un mes en ese lugar hasta que por suerte  pude conseguir el trabajo más digno que tuve en mi vida en Israel.

Gracias a una maestra de mi hijo de la secundaria, pude conseguir un puesto en una compañía de seguros muy importante, donde el marido era gerente.

El trabajo era temporal, para reemplazar a una persona  que estaba enferma.

Lamentablemente la persona a la que reemplacé volvió a su puesto cuando yo trabajé en la compañía un mes y tres semanas. Por supuesto no tengo nada contra ella, pero yo hubiera querido seguir trabajando allí.

Tuve otra entrevista en esa compañía para un trabajo que era en la segunda quincena de cada mes, era un refuerzo para las tesoreras, y simplemente medio sueldo o quizás un poco más, porque incluía algunas horas extras.

Pero tuve que dar un examen muy largo y complicado en la casa matriz de la compañía en el centro del país, y aparentemente pensaban que era peligroso dejarme una caja con cobranza en mis manos, no lo sé. Personalmente aprobaba mis entrevistas, pero a la computadora no la podía convencer que yo era buena para ese puesto. Y lamentablemente no hay con quién discutir…

Nunca más pude volver a conseguir un trabajo parecido, en una oficina, con un horario fijo completo, de cuarenta horas semanales, en un buen lugar y ambiente de trabajo.

Luego de un tiempo conseguí mi puesto de secretaria bilingüe donde trabajo actualmente.

Hace ya poco más de  tres años que estoy en el mismo lugar.

Es un trabajo interesante porque uso hebreo y castellano, redacto, escribo en la computadora, que me gusta mucho, y trabajo con exportaciones.

El problema acá es que me explotan de una manera increible.

Me pagan según los minutos que trabajo, y dependiendo de las necesidades.

Pueden llegar a decirme en una semana completa que no vaya y tener jornadas de once o doce horas.

A veces me dicen que no vaya a la oficina y me piden que haga cosas desde mi casa y me pagan media hora, una hora o dos horas de trabajo, dependiendo de la cantidad de “mails” que escribo.

Toda esa situación es denigrante. Uso mi sueldo para poder pagar el alquiler y algún impuesto.

A veces tengo alumnos para ayudar con sus deberes, pero también si coincide con los días que salgo muy tarde del trabajo, no puedo ir a enseñar, y eso me frustra un poco, porque dando clases gano  el doble de lo que yo gano en la oficina por hora y con muchísimo menos esfuerzo.

Para mí dar clases es un placer y me da una inmensa satisfacción. Pero lamentablemente  no siempre hay alumnos, no es algo constante como para poder mantenerse de eso, lo debo usar como complemento de mi sueldo.

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Además de los problemas de trabajo siendo extranjero, nos cuesta incorporarnos al mundo escolar de nuestros hijos, las reuniones de padres, las fiestas, material de estudio, todo es nuevo para nosotros, y también es difícil y muchas veces desagradable porque no terminamos de entender bien la idiosincrasia, con el agregado por supuesto de tener que hablar y entender otro idioma que no es el nuestro.

Desde que llegamos al país, nunca fuimos de vacaciones, ni a un teatro ni a un cine. Por un lado no tenemos medios económicos y por otro tenemos problemas con la lengua hebrea.

Mi marido principalmente no entiende el idioma por completo y no podemos compartir un montón de cosas que antes eran comunes entre nosotros, inclusive algunos programas de televisión.                Sólo unas pocas veces  fuimos a escuchar algunos conciertos, gracias a unas entradas gratis que pudimos conseguir.                                                     Cuando llegamos al país, fuimos por única vez al cine, porque daban una película española, que íbamos a poder entender los dos. La película era “Habla con ella” de Pedro Almodóvar, muy recomendable por cierto.                                                            Paradójicamente, las únicas vacaciones que tuvimos fueron en la guerra de 2006, que escapándonos de las “katiushas” que tiraban desde el Líbano, fuimos al centro del país invitados por un pariente en principio, y por otro voluntario luego que nos prestó su departamento desinteresadamente, visitamos algunas playas, no trabajamos, los chicos en esa época estaban en sus vacaciones de verano, y pudimos disfrutar de un descanso de nuestras preocupaciones diarias, mientras no volviéramos a nuestro hogar.                                                                Cuando volvimos  en un “alto el fuego” que duró cuarenta y ocho horas, vivimos la peor parte de la guerra, nuestro edificio se sacudió varias veces hasta que finalmente hubo un cese de fuego definitivo. Durante algún tiempo, cada vez que escuchábamos una sirena de una ambulancia o de la policía nos saltaba el corazón del lugar, hasta que de a poco nos fuimos tranquilizando y todo volvió a la normalidad.

También nos tuvimos que acostumbrar a vivir en un país donde el ejército forma parte de la vida diaria de la sociedad, y nuestros hijos deben cumplir con su servicio.

Al principio teníamos mucho miedo, como es lógico, pero luego vimos que no hay ningún peligro, que es positivo para ellos, los hace madurar mucho, están bien cuidados, y los ayuda mucho en el desarrollo de su personalidad.